Donald Trump

18 de enero 2019 | 1:24 pm

“Completamente solo (pobre de mí) en la Casa Blanca”.

El tuit, cargado de ironía, redactado el 24 de diciembre por Donald Trump después de renunciar a sus vacaciones en su lujoso club de Florida Mar-a-Lago, resume el aislamiento, pero también la frustración, del presidente de Estados Unidos.

El hombre de negocios de 72 años y de la famosa corbata roja atravesará este domingo, en medio del ‘shutdown’ más largo de la historia estadounidense, la barrera de los dos años al frente de la Casa Blanca.

Con un gusto manifiesto por la transgresión y la provocación, en dos años ha pisoteado códigos y costumbres, ha sacudido las instituciones y ha fragilizado las alianzas de Estados Unidos.

A medio camino de un mandato caótico, se impone una constante: el expresentador de reality show se mantiene fiel a sí mismo, sin dejarse transformar por la presidencia.

Atrapados por una avalancha de tuits repletos de errores y faltas de ortografía, de motes ofensivos y de opiniones, los estadounidenses asisten -entusiastas, desamparados o asustados- al espectáculo inédito de un presidente casi solo en su escenario, después de haber generado el vacío a su alrededor.

El show es ‘Trump’ y están agotadas las entradas. Me divierto haciéndolo y seguiré divirtiéndome

La frase, extraída de una entrevista que el magnate inmobiliario concedió a la revista Playboy en 1990, podría haber sido pronunciada ayer.

Ni el imponente decorado del Despacho Oval cargado de historia ni los retratos de sus predecesores colgados en los pasillos de la Casa Blanca han hecho cambiar a este neoyorquino, quien desembarcó con estruendo en la capital para tomar las riendas del país.

En ruptura con todos los que han ocupado antes de él la prestigiosa ‘West Wing’ (ala oeste), el presidente 45 de Estados Unidos, quien ha insultado a jueces y se ha burlado de un exprisionero de guerra, ha impuesto un ritmo en el que ya nada, o casi nada, sorprende.

Es el primer presidente en aparecer regularmente en titulares junto a estrellas del porno, espías rusos y cadenas de comida rápida y se ha convertido en un maestro de lo que su fiel consejera Kellyanne Conway califica de “hechos alternativos”.


Un hablar sincero


Sus seguidores le aplauden destacando las buenas cifras económicas de su presidencia y alaban el “hablar sincero” y la audacia de un hombre que no olvida sus promesas de campaña, se relaciona con China con mano de hierro y no teme declararse “nacionalista”.

Sus detractores, sin embargo, se inquietan por su poco gusto por el trabajo y consideran que su cuenta de Twitter es indigna para figurar en una línea presidencial que empezó con George Washington en 1789. 

Por ahora los legisladores del partido republicano actúan en bloque, a pesar de que en algunas ocasiones puntuales han expresado desacuerdo por la actitud extraordinariamente conciliadora de Trump con el presidente ruso Vladimir Putin en Helsinki, su reacción tras la muerte del periodista Jamal Khashoggi por agentes sauditas o sus declaraciones sobre la “gente buena en ambos lados” tras los enfrentamientos entre antirracistas y neonazis en Charlottesville.

Sin embargo, la segunda parte del mandato de Trump se presenta peligrosa, bajo la sombra de una investigación amenazante sobre la naturaleza de sus relaciones con Moscú.

“Nunca trabajé para Rusia”, dijo a los periodistas desde los jardines nevados de la Casa Blanca, una frase increíble para la boca de un presidente de Estados Unidos.

¿Irá hasta el final o sufrirá la misma suerte que Richard Nixon cuando el fiscal especial Robert Mueller acabe su investigación? ¿Conseguirá ser elegido para un segundo mandato como sus tres predecesores inmediatos: Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton?

Por ahora, Donald Trump se mantiene en sus bases, con su gorra ‘Make America Great Again’ bien puesta y sin tratar de ir más allá.

Según el instituto Gallup, el expropietario de los concursos de Miss Universo es el único presidente de la historia cuya cuota de popularidad nunca ha alcanzado la barrera del 50% en sus primeros años en el poder.

Las tradicionales ruedas de prensa cotidianas del portavoz del ejecutivo han sido tiradas por la borda y el impetuoso presidente controla ahora, solo, el megáfono.

Sus ataques contra los medios a los que acusa de propagar, en su gran mayoría, “noticias falsas” y de ser “enemigos del pueblo”, pasan casi desapercibidos.


‘Masacre estadounidense’


Antiguo seguidor de la lucha profesional, Trump tiene una energía extraordinaria y un apetito incuestionable por el combate.

En una campaña en la que en un primer momento fue visto con diversión y hasta con desprecio, consiguió dejar fuera de combate a sus 16 adversarios republicanos en las primarias y ganar en las presidenciales a la demócrata Hillary Clinton, gran favorita hasta el último día.

El 20 de enero de 2017, este hombre de negocios nacido en el barrio neoyorquino de Queens, en junio de 1946, desembarcaba en la Casa Blanca cuando las escaleras del Capitolio temblaban todavía tras un discurso en el que había prometido poner fin a la “masacre estadounidense”.

Poco a poco los pesos pesados y las personalidades personalidades fueron dando un portazo o fueron agradecidos por un presidente notoriamente sensible a la adulación. Muchos excolaboradores cercanos cayeron en desgracia.

Donald Trump está en guerra abierta contra su exabogado Michael Cohen, quien llevaba sus negociaciones confidenciales con la actriz porno Stormy Daniels. “Lamento mi lealtad ciega hacia un hombre que no la merece”, tuiteó Cohen tras haber admitido haber pagado para falsear los sondeos a favor de su cliente millonario.

Tanto en negocios como en política, Trump funciona sobre un principio simple: conmigo o contra mí, sin matices.

El exjefe del FBI, James Comey, brutalmente despedido por el presidente, habla en sus memorias de un mandatario que somete a su entorno a un código de lealtad que le recuerda a la actitud de los jefes mafiosos observada al principio de su carrera de fiscal.


‘Pinocho sin fondo’


“Un poco de exageración nunca viene mal”: fiel a una costumbre mencionada en su libro “The Art of the Deal”, publicado en 1987, Trump sigue presumiendo de sus méritos, sin retenerse.

“Nadie sabe más de impuestos que yo”: durante años ha utilizado la misma frase, palabras más palabras menos, para clamar también su conocimiento de la construcción, de los drones, de la historia del país, del grupo Estado Islámico, o de las energías renovables.

Sus declaraciones han obligado al equipo de ‘fact-checkers’ del Washington Post a crear una nueva categoría: ‘El Pinocho sin fondo’, para las afirmaciones erróneas o engañosas repetidas más de 20 veces.

En la geopolítica compleja y movediza del siglo 21, Trump ha tomado por blanco a Justin Trudeau, Emmanuel Macron, Angela Merkel y Theresa May y no ha escondido una especie de fascinación por los dirigentes autoritarios, desde Xi Jinping hasta Kim Jong Un.

Ha tirado al traste varios tratados, compromisos o pactos duramente negociados, como el acuerdo de París sobre el Clima, alcanzado por prácticamente la totalidad de los países del planeta para tratar de limitar los innegables efectos de la maquinaria climática.

La advertencia más mordaz; sin embargo, no vino de sus adversarios políticos, sino de Jim Mattis, jefe del Pentágono. En su carta de renuncia dirigida al presidente de Estados Unidos, el general recordaba una regla simple de la diplomacia: “Tratar a los aliados con respeto”.

‘¡Papá!’


En una Casa Blanca sin una verdadera columna vertebral, a causa del constante reemplazo del equipo de gobierno, solo el clan familiar se mantiene. Y actúa como un bloque.

Melania Trump, cuya actitud hace tiempo hacía pensar que quería tomar distancias, ha vuelto a sus filas. La exmodelo de origen esloveno, tercera esposa del mandatario, ha adoptado parte de la retórica agresiva de su cónyuge de cara a los medios de comunicación.

Su adorada hija Ivanka sigue viviendo en el número 1600 de la avenida Pennsylvania y Donald Trump no oculta que es excepcionalmente sensible a las demandas de esta consejera particular.

“Me llamaba y decía: ‘¡Papá! ¡no entiendes! ¡tienes que hacer esto, tienes que hacerlo!'”, contó durante la firma a finales de diciembre de una ley de reforma de la justicia penal. “Entonces le dije: ‘ok, está bien’”, explicó, divertido, en presencia de varios legisladores.

Para Allan Lichtman, profesor de historia de la American University en Washington, uno de los pocos politólogos que predijo la victoria del hombre de negocios, las instituciones estadounidenses son “seriamente puestas a prueba” por este presidente “sin equivalente en la historia”.

“Nos recuperamos de la guerra de Secesión y, más recientemente, del Watergate”, añade, presumiendo la llegada de otro presidente en 2021 que cambiará las tornas.

Eso sí, “si Trump es reelegido, es imposible predecir qué pasará”, concluye.

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