21 de septiembre 2020 | 4:39 pm

Cuando Martín decidió ir al hospital, era demasiado tarde. Al día siguiente murió. La desconfianza en la salud pública y los rumores añaden más oscuridad a la pandemia en México.

Martín Urdiain, de 61 años, se ganaba la vida como mecánico en Xochimilco, Ciudad de México, hasta que cayó enfermo de coronavirus junto con su esposa.

Los síntomas empeoraron, pero antes de buscar atención médica intentaron recuperarse en el hogar comprando dos ventiladores mecánicos por 3,400 dólares.

“Mi hermano prefería estar en su casa, tenía desconfianza porque veía en las noticias sobre la saturación de los hospitales y la mala atención, pero al final se sintió peor y terminó por ir”, contó Alfredo Urdiain.

Martín murió el 17 de junio, mientras que su esposa se recuperó sin hospitalización.

Son comunes las historias de personas que afrontan la enfermedad por su cuenta, se niegan a ser trasladadas por los paramédicos o terminan arrastradas por infundios.

La salud pública en México es tachada de ineficiente desde hace años. “Encontramos un sistema en el suelo”, asegura el presidente Andrés Manuel López Obrador, en el poder desde 2018.

La pandemia sorprendió al país con un déficit de 200,000 médicos y 300,000 enfermeras, lo que obligó al gobierno a realizar contrataciones masivas, readecuar un millar de hospitales y comprar insumos con una inversión de 1,900 millones de dólares (mdd).

Incredulidad

Evitando pisar el hospital, Jéssica Castillo, repostera de 43 años, padeció siete días en su vivienda del estado de Hidalgo, incluso con “pensamientos suicidas”

“Sentía que el aire que jalaba no llegaba a los pulmones, pero yo decía: ‘Si voy al hospital, no voy a regresar'”, relató.

Diabética e hipertensa, justifica sus aprensiones en la mala atención que recibió antes de la pandemia en el Instituto Mexicano del Seguro Social, que tiene 80 millones de afiliados.

“No les creo. Me han lastimado mucho física y emocionalmente. Hace como tres años no voy ni por medicamento para mi diabetes, prefiero comprarlos por fuera”, añade Castillo, que tardó más de un mes en recuperarse.

México, de 128 millones de habitantes, es el cuarto país más enlutado por el nuevo coronavirus con más de 73,400 fallecidos y casi 700,000 contagiados, aunque su tasa de mortalidad por 100,000 habitantes es la decimocuarta del mundo.

No hay registro sobre el número de mexicanos que han preferido recuperarse o incluso morir en casa.

Sin embargo, desde mediados de marzo hasta el 1 de agosto, en 24 de 32 estados del país fallecieron 122,765 personas más frente a igual periodo de los cinco años anteriores, según el gobierno. Este “exceso de mortalidad” incluyó todas las causas.

“Desde hace años tenemos este sistema de salud enfermo que no cuenta con equipo necesario”, dijo Mayra Reyes, médico residente del Hospital General de Cuautitlán, en el norte del Estado de México.

Testigo de que no todos los centros públicos cuentan con insumos básicos como agua y jabón, Reyes comenta que a principios de año en su hospital no tenían “ni paracetamol”.

Noticias falsas

Parte de la desconfianza ha estado alimentada por rumores. Dos protestas violentas tuvieron lugar en poblados indígenas de Chiapas en mayo y junio, tras rumores que vincularon las labores de desinfección con una falsa propagación del virus.

Fueron vandalizados un hospital, una alcaldía, viviendas y vehículos.

“Hay muchos rumores de que en los hospitales terminan de matar a los pacientes”, sostiene Eustaquio García, conductor de 27 años, quien prefirió tratarse una gripe por su cuenta en Guerrero.

Iván Carreño, médico general de 27 años, apunta que de marzo a julio el miedo “estuvo fundamentado”, pues los hospitales “se llenaron, la atención era mala y había falta de insumos”.

Pero aunque la situación cambió, “no hemos podido hacerle entender a la población que la hospitalización es buena. Muchos prefieren literalmente morir en su casa”.

“Me han tocado pacientes que me preguntan si es verdad que les quitan el líquido de las rodillas o que si traficamos con sus órganos”, refiere Carreño, que dedica parte de su tiempo a desmentir falsedades.

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