14 de marzo 2021 | 5:00 am

Por: Santiago Íñiguez*

«Philia —la palabra griega que significa ‘amistad’— es la base de la sociedad», escribió Aristóteles.

Creo que este mismo principio se puede aplicar al mundo profesional, que es típicamente un microcosmos de la sociedad. Aristóteles creía que existen tres tipos de amistad, la de utilidad, la de placer y la virtuosa, «por lo que es el otro», cuando ambos «se parecen en excelencia».

Los dos primeros tipos de amistad, según Aristóteles, tienden a ser temporales, mientras que el tercero incluye elementos de los dos primeros y constituye la verdadera amistad. Este tipo de amistad saludable se encuentra entre las personas virtuosas y «perdura siempre que ambos se lleven bien, puesto que la excelencia es duradera».

Pero ¿podría este tipo de amistad desarrollarse en un contexto empresarial, entre, por ejemplo, un empleado y su jefe? Creo que Aristóteles estaría de acuerdo, ya que una buena relación profesional se basa en una «excelencia» compartida. De cualquier manera, el filósofo escribió que dichas relaciones son, desgraciadamente, poco comunes.

Es normal que pensemos que este tipo de amistad es una utopía corporativa, pero ofrece no obstante una perspectiva más esperanzadora que el modelo deshumanizado que mencionábamos antes.

En términos aristotélicos, la amistad entre jefe y otros trabajadores no debería estar basada solamente en lograr unos objetivos comunes ni en pasar un buen rato. En cambio, debería incluir una visión compartida de la excelencia, de los valores y de la la misión de la empresa. Y aquí es donde cobra tanta importancia el rol del directivo: los líderes deben crear una cultura organizacional que promueva los principios de la compañía, que se manifiestan en las decisiones que se toman y en la relación entre sus miembros. Sin esto, no tiene sentido la amistad en el lugar de trabajo.

Obviamente, no estamos hablando de una amistad basada en salir a tomar copas después del trabajo, en compartir gustos y aficiones o en hablar de temas personales. Las relaciones informales deberían surgir como algo natural. Existen jefes extrovertidos que disfrutan socializando con sus empleados, dentro y fuera del lugar de trabajo. También hay personas más introvertidas que buscan, preferentemente, un intercambio más intelectual.

Quizá no trabajemos con personas interesadas o capaces de crear vínculos basados en los principios aristotélicos de excelencia, pero aún es posible alcanzar este objetivo.

En primer lugar, siempre es buena idea tener amigos tanto dentro como fuera del lugar de trabajo. En el entorno profesional, esto significa establecer buenas relaciones en el propio departamento como en otros y con personas al mismo y a distinto nivel. Buscar amistades solo con nuestros superiores o aquellos de nuestro mismo nivel es una forma algo anticuada de actuar y, a largo plazo, es probable que no ayude mucho a nuestra carrera.

El principio básico a la hora de establecer una relación entre jefe y empleado es ser natural, ser uno mismo, aunque esto tampoco significa ser espontáneo. Sin duda, es buena idea cultivar buenas relaciones, lo que significa tratar a los demás como deseamos ser tratados nosotros mismos, con respeto y evitando la adulación.

La prueba definitiva aquí es, como en todas las amistades, preguntarse a uno mismo si se es leal al jefe o al subordinado. Por ejemplo, si llegamos a ser amigos de nuestro jefe, es deseable evitar ser su oráculo, con mayor motivo si los demás nos animan a serlo.

Si tenemos amistad con nuestros jefes, es conveniente no mezclar la esfera profesional y la privada, hablando por ejemplo con demasiada naturalidad del trabajo en contextos externos. Después está la cuestión de las amistades que anteceden a las relaciones de trabajo.

Estas pueden verse, a menudo, dañadas por diferencias profesionales, y se convierten en conflictos difíciles de resolver. La regla asumida por muchos dicta que es mejor mantener separadas la esfera profesional de la personal, aunque es probable que en ocasiones resulte complicado. Superar estos obstáculos requiere comprensión, tiempo y consideración, pero debe verse como una inversión a largo plazo.

Si establecemos un vínculo de amistad con nuestro jefe, no debemos esperar tampoco un trato diferencial en el trabajo; los superiores no deben demostrar favoritismos hacia los subordinados que también son amigos suyos, particularmente en público.

De hecho, es probable que esperen mayor discreción por su parte, así como una actitud perfectamente profesional. Expresar celos o rabia cuando los jefes amigos fuerzan que una conversación sea puramente profesional solo se interpretará como un signo de inmadurez.

En resumen, creo que es buena idea cultivar amistades entre jefes y subordinados, pues es un signo fundamental de nuestra humanidad. Si trabajamos en una organización donde el tema de conversación favorito es criticar al jefe, claramente será un lugar donde este tipo de relaciones de amistad está ausente.

Sin embargo, en vez de llegar a casa por la noche y jugar a dar puñetazos al jefe o volver a ver la película “Cómo acabar con tu jefe”, quizá ha llegado el momento de empezar a leer a Aristóteles. O de cambiar de trabajo.

*Santiago Íñiguez es presidente de IE University, España. Es licenciado en Derecho, Doctor en Filosofía Moral, Jurídica y del Estado y alumno reconocido de Oxford. Es autor de varios libros como ‘The Learning Curve: How Business Schools Are Reinventing Education’ (2011), ‘Los Nuevos Líderes Globales’, LID 2019-, y ‘In An Ideal Business: How the Ideas of 10 Female Philosophers bring Values to the Workplace’ (publicación prevista en 2020).

Este texto es una columna de opinión. Su contenido es responsabilidad del autor y no representa necesariamente la postura de EL CEO.

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