14 de octubre 2020 | 5:00 am

“El negocio del capital de riesgo es un juego 100% de valores fuera de serie (outliers), son excepciones extremas” – Mark Andreesen, cofundador y socio en Andreessen Horowitz

El registro más antiguo de cacería de ballenas data del año 670, cuando unos vascos enviaron un cargamento de aceite por el río Sena. En el siglo XI, la actividad fue seguida por holandeses y británicos, más adelante por americanos, noruegos y otras naciones.

Algunos empresarios aportaban capital para pagar la expedición y nombraban a un capitán para liderar la caza con el objetivo de regresar con los almacenes llenos de carne y aceite. Era una actividad riesgosa que desarrolló innovación en el uso del animal para múltiples fines (ej. alimentación, combustibles) y que podía generar un retorno económico muy significativo.

¿Cuál es la relación entre cazar ballenas y el venture capital? La actividad de cazar ballenas se puede considerar como precursora, ya que consiste en financiamiento privado de inversionistas (individuales o institucionales) que proveen dinero a emprendedores y sus startups para el desarrollo de una idea, usualmente disruptiva e innovadora, con alto potencial de crecimiento en el largo plazo y la expectativa de tener un rendimiento financiero espectacular.

En la época moderna, en el año 1946, Georges Doriot, Ralph Flanders, Merrill Griswold, y Karl Compton fundaron la American Research and Development Corporation (ARDC), empresa que levantó 3.5 millones de dólares para invertirlos en proyectos de comercialización tecnológica desarrollados durante la Segunda Guerra Mundial.

ARDC fue clave en la formación de otros fondos de venture capital, como Greylock Partners y Morgan Holland Ventures.

El capital de riesgo se ha convertido en una fuente adicional de fondeo. Más de 1.5 billones de dólares se invirtieron en este tipo de transacciones a nivel mundial entre 2010 y 2019, según datos de Crunchbase. Tan solo en 2019 se invirtieron alrededor de 300,000 millones de dólares en más de 33,000 transacciones a lo largo del espectro de venture capital (capital semilla, etapa temprana, etapa de crecimiento y pre-OPI).

La inversión en capital de riesgo, como porcentaje de PIB, habla del nivel de desarrollo de una economía. Estados Unidos invierte 1.3% del PIB en venture capital; Israel, 2.1% y Singapur, 2.5%. Estos tres países tienen un ingreso per cápita mayor a 32,000 dólares. Economías emergentes como China invierten 1.8%, India, 1.1%, Brasil, 0.2% y México, <0.1%, todas ellas con un ingreso per cápita menor a 15,000 dólares, según datos del Global Innovation Index.

El impacto del venture capital en la innovación es innegable. Economías como Estados Unidos, Singapur e Israel se encuentran en los lugares 3, 8 y 13, respectivamente de la clasificación global de innovación 2020. En comparación, China se encuentra en el lugar 14, India en el 48, México en el 55 y Brasil en el 62 del mismo índice.

Esta inversión se traduce desarrollo económico, innovación, emprendimiento y competencia. El desarrollo del ecosistema de venture capital se refleja en mayor o menor medida en el número de unicornios (empresas con una valuación de más de 1,000 millones de dólares).

Estados Unidos cuenta con 235 unicornios; China, 118; India, 23; Israel, 7; Brasil, 7, Singapur, 3; y México, 2.

La inversión en capital de riesgo en México inició en 1980 de la mano de los fondos estadounidenses Texas Pacific Group (TPG) y Trust Company of the West. Desde entonces, continuó desarrollándose con inversionistas patrimoniales, principalmente personas que, como María Asunción Aramburuzabala, impulsaron empresas nuevas y disruptivas, como Kio Networks en 2002.

En 2009, las Afores, con activos bajo administración de aproximadamente 280,000 millones de dólares, comenzaron a invertir en capital privado a través de los Certificados de Desarrollo (CKDs). Las primeras inversiones se realizaron en 2012 y a la fecha han fondeado alrededor de cinco administradores de fondos. Los cambios regulatorios ya permiten a las Afores invertir también en fondos internacionales experimentados y con desempeño demostrado de forma más eficiente.

El venture capital es un activo con un perfil de riesgo-rendimiento propio. Como inversionista, es importante destinar un porcentaje del portafolio de inversión al venture capital (a través de fondos o de manera directa) para diversificar el riesgo.

Es importante desarrollar una genuina cultura de emprendimiento en México basada en educación, experiencia profesional y redes de negocio, tomado como ejemplo el desarrollo de otros ecosistemas como Estados Unidos, Israel y China.

La clave es una educación rigurosa, de calidad, con base tecnológica y una enriquecedora experiencia de trabajo previa. Además, se requiere una cultura de trabajo productiva, con objetivos y metas prestablecidas y enfocada a resultados. Tanto emprendedores como inversionistas deben desarrollar un apetito por el riesgo.

La única manera de impulsar la tecnología, la innovación y el desarrollo económico es tomar riesgos. Un país que no toma riesgos y responsabilidades, sin desarrollo de talento, sin inversión ni competencia y sin visión de largo plazo, está destinado al fracaso.

En un mundo que está cambiando muy rápido, la única estrategia que garantiza el fracaso es no correr riesgos

Mark Zuckerberg, fundador y CEO de Facebook

*Héctor Shibata es profesor en el EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey y director de Inversiones de AC Ventures, un fondo corporativo de venture capital donde es responsable de liderar los procesos de inversión en startups y fondos, y administrar el portafolio. Ejerce la clase del MBA de Financiamiento para el Emprendimiento. Participó en una startup fintech y ocupó cargos previos en private equity y en banca corporativa y de inversión en México y Nueva York. 

Este texto es una columna de opinión. Su contenido es responsabilidad del autor y no representa necesariamente la postura de EL CEO.

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